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-MOLINO DE PAPEL- “TAMALAMEQUE”. A Rubén Fonseca
| Cuentos y relatos globales. 08.09.24 | | Escribe; Walter Pimienta. Todo se supo después. “Tamalameque”, así le decían , porque era de allá, de Tamalameque, antes de irse una tarde, a lo mejor aburrido, acostado en su cama mirando el techo de tejas de su casa, cayó en la cuenta de que, desde que se hizo hombre, hasta esa fecha, se había acostado con cualquier cantidad de mujeres y que, sin embargo, del pueblo se iba soltero a sus 56. Todo se supo después, “Tamalameque” iría a la tienda de la esquina y compró un lápiz negro marca “Eagle” (no quería emplear el que usaba en su trabajo), un sacapuntas de pasta amarillo marca “Suescúm” y una libreta marca “Norma” de cien hojas rayadas. “Tamalameque” vivía solo y, con su trabajo de albañil, hizo su casa en el barrio “Mata de Burro”. Y aunque en esta, en distintas ocasiones con muchas estuvo. consideró no quedarse con ninguna de ellas matando por las noches sus calurosas fiebres de hombre, tapándose con una manta de lana anti deseo que un indio arahuaco le vendió diciéndole que, al acostarse, tapándose de pie a cabeza, se la garantizaba para que, en casos de amores idos, viviera mejor de los gratos recuerdos y no de memorias tristes dañinas para el corazón. | Y todo indica que, “Tamalameque”, dándole a su trabajo un vehemente lugar en el mundo, reservado luego con las féminas, moldeando el carácter para aplacar tiempos de parrandas, hizo de lado resentimientos y fue su costumbre, antes de salir a sus labores, después del desayuno, buscando acomodo en una mesa, poner en orden los buenos recuerdos, tomar su libreta de nombres y con magnifico dominio de la letra en reposo, coherente de palabras, en comparecencia con el pasado, escribir sobre sus supuestos o ciertos amoríos:
“Magdalena, con ella experimenté delicias. Me dio su pubertad precoz. Me gustaba meter mis manaos por debajo del encaje de sus pollerines. Jugó con mi naturaleza. Se la llevó un turco que sucumbió a sus encantos sin pedirle virginidad”.
Todo se supo después, que “Tamalameque, viendo en su reloj el tiempo previsto, se levantaba de la mesa y allí dejaba la libreta. Cerraba su casa y se iba a trabajar.
Cualquier otro día, con la paciencia del mismo rito, “Tamalameque”, en la libreta de nombres, anotaba:
“Ana, olía a ciprés en flor. Venía a la hora de la siesta del mediodía. La conquisté en la fiesta de San Juan estrenando zapatos. Nada le restaba esplendor. Tenía la belleza de las muchachas de pueblo. Empujaba la puerta y me daba el milagro de su vergel”.
Y, otra vez, a continuación, la misma realidad. La libreta de nombres encontrada en la mesa, llena de añoranzas.
“Miriam, qué clase. Me intimidaba su fluidez verbal. En la cama marcaba el compás. En la calle, al verme, se guarda la distancia y se reservaba el silencio de no decirme adiós. Desenrollaba la sábana en el extremo de su arrebato”.
Todo lo revelaba la liberta de nombres.
“Sófora, casada. La del Municipio de Pailitas. Recargada de senos. Me besaba a borbotones y, en la temeridad de venir a verme, eludía el ladrido de los perros y prolongaba mis noches en tibios amaneceres. Se fue para Fundación con un camionero.
El mundo de la libreta de nombres, estaba poblado de nombres de mujeres nunca conocidas ni descubiertas.
“Ester, mujer viuda. Conocí todos los resquicios de su cuerpo. Tenía un apetito ancestral por los hombres. Merecía rehacer su vida. No vino más desde el día que su nombre apareció en una pared”.
Al irse misteriosamente “Tamalameque”, dejando abandonada su casa, la clandestinidad de la libreta de nombres, como si lo hubiese hecho a propósito, fue encontrada en la mesa, y que sea la historia, sobre el particular, la que siga contando. “Sara, la pelirroja, de corazón helado que tocaba calentar hasta volverlo llama. Haciéndolo, le da un asma repentina. Me visitaba cuando sus padres se iban para Maicao a traer mercancía de contrabando. Se transfiguraba con mis caricias, y privada en mis brazos, me entregaba la clepsidra de su estuche”.
Esto último no lo entendí. Creo que “Tamalameque” lo sacó de un libro de poesías.
Y la libreta de nombres, se afirmaba en más y más nombres.
“Rebeca, mujer no casada pero ajena. Era la reina de la madrugada… “Vengo a terminar de dormir contigo”- me decía-. Manejaba el estanco del pueblo. Desnuda, debajo de mi mosquitero, tenían sus caricias una ternura maternal”.
Leyendo esto, “Tamalameque” me parecía indolente …¿Quién era en verdad? ¿Un conquistador posesivo de mujeres? ¿De qué energía psíquica estaba hecho? ¿Qué clase de mujeres eran las que conquistó? ¿Tenían estas más defectos que atractivos? Al parecer, en su libreta cambian todas. Lo que si queda claro es que no obligó a ninguna y que ellas vinieron a él razonablemente…A la larga, el amor pasión hace parte de la naturaleza humana…Y con “Tamalameque” no había amor sin cama. De pronto, tenía a las mujeres como objeto sexual, pero ¿qué ocurre cuando es la mujer la que toma la iniciativa? ¿Era verdad o mentira lo escrito en su libreta? ¿Y por qué no suponer que esto sí le sucedió?...Lo cierto es que escribió como para que, lo que con las mujeres vivía, un día se descubriera. Es que lo clandestino, al fin se sabe. “Las mujeres que amé”, decía en la primera hoja. Y era aquella una libreta de vida. No escondía nada…además de nombres, contenía intimidades sin llegar descarnadamente a lo lujurioso y más bien sí a lo sensual…No faltará, sin embargo, quien lo considere un pervertido al escribir:
“Andrea, la gata, por sus uñas…las dejó en mi espalda o, mejor, dejó escrito nuestro amor en mi carne.
Los nombres continuaban.
Pasé varias hojas. Busque el último nombre llevado por el secreto de saber cómo se llamaba y qué le escribió:
“Carlota”, 54 años, casada infiel, jamona. Rubia teñida. Desnuda tenía un descaro atractivo…Carlota, la mejor celulitis de Barranquilla”. |
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