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A la búsqueda del pasado
Pedro Biedma. 08.11.20 
Deambulaba sin rumbo fijo, sin un destino concreto al que dirigirse, tan solo caminaba guiado por su intuición, su mirada permanecía clavada en el horizonte lejano. Su mente logró algo realmente complicado, ser capaz de no pensar en nada en absoluto, su mente se vació de pensamientos y recuerdos, además consiguió anular las sensaciones más básicas del ser humano, entre otras, el hambre y la sed. Los que se cruzaban con él, evitaban a toda costa pasar a su lado, lo esquivaban para ni siquiera rozar con él. Antonio acababa de cumplir 65 años pero su aspecto descuidado y su rostro demacrado por los avatares de la vida, le añadían otros diez no legítimos, ni él mismo conocía su verdadera edad.
Aunque su cabeza no era consciente de ello, sus agotadas piernas le suplicaban clemencia y obligaron a su cuerpo tomar asiento en el primer escalón que encontró libre. El cansancio y la fatiga acumulada se mostraron con descaro e hicieron que, sin avisar, el sueño se adueñase de su ser, permaneció allí, descansando igual que un bebé en su cuna, refugiado cómodamente en ese inhóspito lugar. De repente algo lo sobresaltó y despertó del reparador sueño, alguien abrazaba a su cuerpo y lo besaba sin parar, mientras un montón de lágrimas inundaban su cara.
Se trataba de un señor de unos 40 años, a pocos metros de distancia otra persona más joven aún les observaba y también lloraba, la drástica escena la completaban dos individuos ataviados con uniformes y que sonreían entre ellos. Él no conocía a ninguno de esos actores improvisados, pero los dos que se mostraban compungidos, sin saber muy bien porqué, le generaban mucha confianza y ternura, eso sí, Antonio pensó que sus facultades mentales no eran del todo óptimas pues se dirigían a él con palabras como “papá” y realizaban preguntas absurdas como “¿estás bien?”, “pobres”, deben de haberme confundido con alguien que se parece mucho a mí, murmuró él en voz baja.
Tras el amable ofrecimiento que le efectuaron de acompañarles a su casa, y tras pensarlo un par de veces, aceptó, él era buena persona y deseaba que esos señores dejaran de sufrir, ya se percatarían de su confusión, de todas formas no tenía nada mejor que hacer esa noche, de paso conocería a gente nueva, le encantaba conocer gente nueva, se agarró a la mano de uno de ellos y juntos se marcharon, no recordaba muy bien a dónde le dijeron que iban.
 “Mañana será otro día, cuando me canse me despido de estos amables caballeros y me voy a casa, que mi mujer y mis niños deben de estar preocupados”, murmuró.
En breve, deambulará, de nuevo, por las calles del presente en busca de un pasado muy cercano en su mente.
Dedicado a todas las personas que padecen esa enfermedad horrible hasta en su nombre alzheimer y muy especialmente a mi querida abuela Lola 
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