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Verdad y Sinceridad | Pedro Biedma. 06.10.19 | |  Como todos los viernes de la semana y tras acabar su jornada laboral, José se acercó a casa de sus padres. Su madre le esperaba asomada a la ventana que daba justo a la entrada del portal, con más de media hora de antelación. Como si con su mirada reservase alguno de los huecos libres que quedaban en la calle, para que su hijo pudiese aparcar con comodidad. Aunque parezca mentira, siempre daba resultado. Donde Lola fijaba la vista, por uno u otro motivo, ningún coche estacionaba hasta la llegada de su primogénito. Se bajó de su pequeño utilitario, al llegar a la altura de la ventana envió un beso a su sonriente madre quién, con suma rapidez, se desplazó hasta la puerta de la casa para abrir desde el portero automático. De nuevo volvió a fallar, por mucho que empujó la puerta acompañando su acción con el grito de “abre nene”, no hubo manera. Resignada, como todos los viernes, recorrió los cuatro pasos que le separaban del portal y abrió directamente con la mano. | Tras el doble beso de rigor, José comentó mientras avanzaba, A ver sí arregláis un día el porterillo. Una vez dentro, se sentaron en la mesa de la cocina y se sirvieron un café. Él ya no tomaba alcohol, a su madre aún le resultaba raro verle bebiendo algo que no fuese cerveza. Por supuesto, su cigarrillo no lo cambiaba por nada del mundo, sí su nombre apareciera alguna vez en las enciclopedias, su fotografía estaría acompañada de un humeante cigarro. Después de unos minutos de conversación en los que se pusieron al día de las novedades acontecidas durante la semana, José se levantó y dijo: Mamá, voy al cuarto de papá, necesito comentar una duda con él. Seguro que la resuelve. Ella asintió con la cabeza y respondió: No te preocupes no os interrumpiré, habla tranquilo con tu padre. Mientras caminaba hacia el cuarto de sus padres, Lola le miró y volvió a sonreír, en esta ocasión con una mezcla de ironía y satisfacción, a la vez que se servía otra taza de café. Entró en la habitación, saludó a su padre con un beso en la mejilla, tomó acomodo en la cama, junto a él. Papá, veo que estás muy bien, hoy voy a ser breve pues tengo cosas que hacer y no puedo marcharme muy tarde. No te preocupes hijo, yo también te veo muy bien, además me consta que estás cumpliendo tu promesa sin demasiado esfuerzo. Cuando tengas un momento en el que te flaqueen las fuerzas, piensa en aquellos que más quieres y sobre todo en ti, ya verás como te da resultado, así lo hice yo y funcionó. Papá, sabes que me gusta mucho pensar y escribir, estoy manejando la idea de crear un relato sobre la diferencia entre la sinceridad y la verdad, sí es que existe alguna, ¿tú qué opinas?, ¿significan lo mismo? A mi entender no hijo, yo considero que son conceptos parecidos pero no iguales. Una persona sincera pronuncia directamente las palabras según nacen en su corazón, no deja que dichas palabras o pensamientos se contaminen con los adornos que habitualmente guardamos en la mente. No permite que pasen por ese filtro, les saca directamente un billete de ida que parte en sus sentimientos y las lleva hasta su boca, es un trayecto directo, no realiza transbordos inútiles. El problema de la sinceridad es que aunque sus intenciones sean buenas, muchas veces suele hacer daño a las personas a las que van dirigidas. Este dolor tiene un efecto rebote y luego vuelve, para ser sufrido también por quién actuó con sinceridad. Su intención casi nunca es la de herir a nadie, sino todo lo contrario. ¿Y la verdad, papá?, ¿qué es la verdad? Primero te diré que tengo envidia sana de aquellas personas que son capaces de decir la verdad. Contar la verdad consiste simplemente en no mentir, son palabras que al igual que las sinceras nacen en el corazón. Antes de ser pronunciadas por los labios realizan una parada en el interior de la razón. Allí son disfrazadas y ataviadas con un traje de cordura. Dicho traje ha sido diseñado para no herir a quiénes van dirigidas y de paso tampoco dañan a quienes las pronuncian. Para decir verdades hay que saber controlar y sincronizar la mente y los sentimientos más puros. Podríamos resumir que la sinceridad es cien por cien corazón mientras que en la verdad ese porcentaje es menor y se complementa con otro que aporta el filtro de la razón. Hijo, espero que hayas entendido lo que quiero decir. A la perfección, como siempre, se nota que la experiencia es un grado. Espero que con la edad logre adquirir tu sabiduría. Ahora y como todos los viernes, ¿serías capaz de contarme un caso práctico de la diferencia entre verdad y sinceridad? Por supuesto, supongamos que yo soy un hombre que dice la verdad. En tal caso te diría que cada viernes te sientas en mi cama, a sabiendas de que yo ya no estoy físicamente aquí, me lanzas preguntas, yo me acerco a tu lado y respondo. Oyes mi voz alucinado y regresas a tu casa contento por haber hablado conmigo otro viernes más. Mientras tanto, yo vuelvo a mi “lugar”, alegre por haberte visto otra vez. En cambio, si fuese sincero, como realmente me considero, te respondería que cada viernes vienes a casa a ver a tu querida madre, luego te sientas en la cama donde yo ya no estoy y lanzas preguntas dirigidas a mí. Como si yo si siguiera en mi cuarto, como a ti te gustaría. Tú mismo te encargas de responder en mi nombre, imaginas que soy yo porque así los deseas con todas tus fuerzas. En el fondo sabes qué nunca regresaré. Sé que estas sinceras palabras hacen daño a tu corazón y crean un efecto rebote de dolor, que se clava en el mío, ese es el problemas de la sinceridad. Ahora, muestra tu mejor sonrisa, dame un beso de verdad, sal de cuarto y dale a tu madre un beso sincero. |
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