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El viaje
Pedro Biedma. 22.09.19 
Curiosamente ese día, apenas encontró retenciones en la carretera, por lo que le resultó imposible “protestar” como en él era habitual, además hubiera sido en balde, pues esta vez nadie le acompañaba en su viaje.
Tampoco logró amenazar con “quedarse todo el mundo en tierra” por la carga excesiva de su maletero, con cientos de trasto inútiles, su coche no era un “tanque” y debía de cuidar muy mucho los amortiguadores, en esta ocasión solo llevaba lo imprescindible, como a él le gustaba hacer.
Por no llevar no se colocó ni su reloj preferido, en un acto más de su generosidad absoluta, unos días antes se lo regaló a su nieto Pedro. Sí, ese al que tanto le gustaba “cabrear”, siempre sin malas intenciones, el mismo al que le solicitaba una y otra vez que le contase el chiste del galgo.
Condujo completamente a sus anchas, por el carril de la izquierda y nunca superando los límites de velocidad establecidos, todo lo contrario, no existía prisa e iba el primero, ¿para que correr más?. Si alguno quería adelantarlo, disponía de todo el carril derecho para hacerlo, pero no, ese día nadie lo hizo, ni siquiera lo intentó.
Comenzó su viaje cansado y dolorido pero cada kilómetro recorrido le reportaba el doble de efecto de beneficios que horas y horas de la cuantiosa medicación tomada durante las últimas semanas.
Recobraba poco a poco la vitalidad y el dolor parecía abandonar su cuerpo lentamente, hasta el punto que podemos decir que llegó al final del trayecto hecho un “toro”. Para ser sincero, no todo el viaje resultó tan placentero, en cierto momento se ofuscó un poco, ocurrió en la última parada que realizó para estirar las piernas y de paso ojear los papeles, donde llevaba descrita la ruta a seguir, ahora que nadie lo veía, se bajó un poco los calcetines blancos que acababan de adornar sus zapatos negros. Se colocó sus gafas y al acabar de confirmar que iba por la carretera “buena”, una racha huracanada de aire se hizo dueña de ellos, en un par de segundos los perdió de vista, “si viniera mi chavea” esto no habría pasado”, susurró.
Bueno no importaba, ya se divisaba el cartel informativo donde indicaba que solo quedaba un kilómetro, de una u otra forma se encargaría de encontrar el camino de vuelta. Se volvió a subir los calcetines, nunca se sabe y siempre hay que estar presentable, entró en el coche y para adelante.
Por fin alcanzó su destino, eso si, mucho antes de lo esperado. El aparcamiento era inmenso y quedaban infinidad de plazas libres, pero él dio varias vueltas hasta elegir uno en el que su coche estaría más seguro que un presidente de E.E.U.U. en la Casa Blanca.
Todavía lo estaba pagando, con mucho esfuerzo, y no era cuestión de que lo rayaran o le dieran un golpe, que la gente es como es y luego no te dan el seguro, “piensa mal y acertarás”, comentó en voz baja.
Pasaría allí una larga temporada allí, así que lo cubrió con unas sábanas viejas que
guardaba para evitar el polvo:
– ¡Con lo limpio que está mi coche¡, solo faltaría que se manchase tontamente,murmuró.
Desconectó la batería y caminó hacia la entrada con ilusión y llevando como equipaje un par de jilgueros que, según los entendidos, cantaban como los dioses. Varias cintas de cassete antiguas de flamenco, entre ellas una de sus preferidas, unas colombianas cantadas por un tal J. G., además debo de reconocer que esa en concreto y una canción en particular, me encanta, de hecho alguna mañana despierto tarareándola.
Llegó al lugar y quedó boquiabierto al contemplar tanta belleza, le llamó la atención la paz que se respiraba en el ambiente. Avanzó hasta la recepción y detrás del mostrador, blanco y de mármol, le esperaba un simpático señor con barba blanca que se presentó como su tocayo, él no necesitó identificarse, parecía que lo conocía de toda la vida.
Sin darle opción a articular palabra, se apresuró a responder la pregunta que tenía en mente realizar, le comentó:
– Los suyos le esperan en la habitación de aquí al lado.
Con rapidez entró en aquella enorme habitación blanca, en la que no existían puertas ni ventanas, solo paz, calma y alegría, estaba repleta de personas, sus familiares, sus amigos, etc.
Observó que no estaban todos, aún faltaban muchos por llegar, pero pensó que poco a poco se irían uniendo a él y que seguramente habrían tomado otro camino más largo yalguno como yo, se habría perdido como siempre.
Al frente de la comitiva distinguió al instante una figura que no veía desde hacía muchos años, soltó de inmediato el equipaje y se lanzó a por él, le dio un abrazo que definía por sí solo la palabra “amor”, luego repitió la escena con cada uno de los allí presentes, aunque eso sí, con menor vehemencia que el que le dio a su querido padre.
El fondo de la habitación lo presidía un letrero enorme donde unas letras, que parecían ser de neón, componían la siguiente frase “Bienvenido al Cielo Pedro, 9 de julio de 2.007”.

Dedicado a mi padre que desde allí ha guiado mi mano para poder escribir estos relatos.
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