
Nunca imaginé que los avatares de la vida me llevaran a estar allí, pero por capricho del destino, sucedió. Recuerdo como un oleada de cariño me cubrió nada más llegar, mi timidez resurgió de la ola y se mostró en todo su esplendor. Las palabras me abandonaron en esos instantes, el llanto interno ocupó el lugar que les pertenecía.
Yo, que siempre hice gala de mi prepotencia, ahora me sentía un ser ridículo e insignificante.
Creo que esa mañana despedía para siempre al “orgullo” que tantas veces ocultó mi verdadera realidad.
Vestía un viejo chándal azul o al menos eso creo, llegué a ese lugar desesperado y nunca imaginé un recibimiento tan cálido y vivificante.