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Besos furtivos
Pedro Biedma. 30.03.19 
Tomó aire y suspiró, lentamente giró la cerradura que permitía el acceso a su hogar.
El camino desde el portal a la segunda planta de su edificio parece tener cada vez más escalones y la altura de los mismos parecen incrementarse día a día. Inmediatamente acudió a la nevera para tomar un gran sorbo de agua fría, directamente de la botella, de todas formas solo ella la utilizaba. Tras refrescar su rostro, encendió la televisión para no verla, abrió la ventana de su sala de estar y acompañada de su abanico, tomó asiento en su vieja mecedora. El día resultó agotador, desde muy temprano llegó a casa de su íntima amiga Carmen para ayudar con los preparativos de la fiesta en honor a Luis, el marido de esta. Hoy cumplía 68 años, no faltó de nada, comida y bebida de sobra. Un buen rato de cantes, bailes y chistes y como no, unas partidas de su juego preferido, la lotería, a la que seguramente y con el transcurrir del tiempo, le falte algún que otro número. María siempre sospechaba que el 14 no se encontraba dentro de la caja de zapatos que protagonizaba el papel estelar de bombo. Finalmente brindaron con cava y comieron un trozo de una deliciosa tarta casera, preparada según una receta secreta que solo conocía Ana, otra de sus amistades conservadas desde la infancia.
Meciéndose, con la vista perdida en el fondo de la calle y acompañada por el ruido monótono de la televisión, María comenzó a recordar y su mente la trasladó a la España de finales de los sesenta, para ser exactos a un 14 de agosto de 1.967. Como todos los días de ese verano, acudió por la mañana a la playa, no se dirigía a la arena, iba a un espigón solitario alejado de las miradas y habladurías del resto de bañistas, que en esa época eran multitud.
Al llegar a su guarida secreta, su amor de verano salía a recibirla, un gran gesto de felicidad se reflejaba en sus rostros.
Poco a poco se acercaban hasta agarrarse tímidamente de la mano, se adentraban hasta casi el final de las piedras, se sentaban y cercioraban de que no eran el blanco de miradas ajenas, se abrazaban y se comían a besos.
En esa España, y más en un pueblo, estaba muy mal visto que una joven de 15 años se reuniera a solas con su amor, y menos que se besaran, seria inmediatamente catalogada con un calificativo que todos podemos imaginar.
En un momento de pasión, María alargó en demasía el tiempo de esos besos furtivos y al volver la vista atrás se quedó completamente helada. De pie y con cara de pocos amigos se encontraba su padre, que se había convertido en un espectador equivocado de función. Sin mediar palabra, la sujetó de su larga melena y la llevó a casa, donde con palabras subidas de tono le hizo ver que aquello acabó para siempre.
Durante bastante tiempo tuvo prohibido el volver a ver a su amor de verano y con el paso de los años pasó a ser solo su íntima amiga Carmen.
En ese instante sonó el teléfono, era Jesús, su único hijo, un hombre criado en la España del siglo XXI. Tras interesarse por la salud de su madre le contó lo bien que lo estaba pasando este verano en las playas de Cádiz, finalizó la llamada con un beso muy grande de él y otro de su marido Antonio.

Tras colgar, María llamó al móvil de Carmen y ambas permanecieron unos minutos sin decir nada, les bastó con saber que cada una de ellas oían la respiración de la otra, sin ser observadas por nadie.

Seudónimo: KAS
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