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Todos a matar perdices
Eduardo Saez Maldonado. 06.06.18 
El otro día tuvimos conocimiento a través de una denuncia de Electores/Equo en Alhaurín de la Torre de que el Ayuntamiento había sufragado la compra de 100 perdices que se soltaron en cotos de caza del término municipal (1). Esta noticia, aparentemente sin mayor relevancia, merece en mi opinión una reflexión detallada desde distintos puntos de vista: uno de tipo técnico relacionado con la conveniencia de soltar animales en el medio natural, otro más bien social, relativo a la evolución de la percepción que se tiene de la caza desde la sociedad, y alguna consideración casi de orden moral. Veamos.
Desde una perspectiva técnica, las reintroducciones se suelen llevar a cabo para recuperar especies en peligro de extinción o poblaciones que están en riesgo de desaparecer en alguna región concreta. Así, es muy conocido el gran trabajo de cría en cautividad del lince ibérico que se lleva a cabo en Andalucía que está permitiendo reforzar las poblaciones andaluzas y reintroducirlo en zonas donde antiguamente vivía. Es conocido también el caso del quebrantahuesos, que se extinguió en el sur de España en los ochenta y que ha sido reintroducido en la Sierra de Cazorla con ejemplares traídos de zonas donde su población es estable.

También es conocido el caso de osos de origen esloveno que fueron reintroducidos en el Pirineo francés hace unos lustros y que están recuperando la especie en su antigua área de distribución. Es, en cualquier caso, una técnica controvertida pues debe tenerse en cuenta la procedencia de los individuos a reintroducir debido a factores de tipo genético que pueden afectar a las poblaciones originales (de haberlas). Cuando la reintroducción se realiza con animales criados en cautividad (como es el caso que nos ocupa) debe contemplarse además el riesgo de extender posibles infecciones en la población autóctona.
Pero también se realizan “reintroducciones” cinegéticas, más propiamente dicho “sueltas”. La perdiz roja no está en peligro de extinción, sino sometida a una enorme presión cinegética (se matan de 2 a 3 millones de ejemplares al año en España) que la ha convertido en especie vulnerable. En determinadas zonas y en momentos concretos, pues, esta presión hace disminuir sus poblaciones hasta densidades que no es que pongan en peligro (aún) su supervivencia, sino que están por debajo de las necesarias para que su caza no sea improbable. Otra cosa es que lo que se pretenda sea que el cazador pueda garantizarse un número mínimo de piezas antes de irse a su casa, pero este es un asunto de índole distinto al técnico y que discutiremos más adelante.
La Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía tiene editado un trabajo titulado “Gestión cinegética en los ecosistemas mediterráneos” (2) escrito por expertos e investigadores donde se trata el asunto de las reintroducciones en un capítulo específico (el cap. 11). En dicho apartado se menciona que el hábitat es uno de los aspectos más importantes a tratar cuando de reintroducciones se trata (degradación etc.) pero que en el caso de las sueltas para caza, no se tiene en cuenta por razones diversas lo que hace que se realicen frecuentemente de forma incorrecta e  improductiva.
 
“…En demasiadas ocasiones se obvia la evaluación preliminar, no se tiene en cuenta el problema raíz, que en la mayoría de los casos es el mal estado del hábitat; y se desestima marcar a los animales soltados y hacerles un seguimiento…”
 
Asimismo se menciona el problema genético como uno de los más importantes:
 
“…La calidad genética de los animales que se sueltan no es todo lo buena que debería ser. Ya se ha demostrado que en muchos casos se usan híbridos procedentes de cruces con especies cercanas (Arruga et al. 1996) que permiten obtener ejemplares más productivos para las granjas. Estos animales quizás estén ampliamente distribuidos por granjas de todo la Península. Además, se ha comprobado que los animales soltados llegan a reproducirse entre sí y con los silvestres (Branco et al., 1997), lo cual evidencia que las advertencias manifestadas sobre los riesgos genéticos (Calvete et al., 1995) no son alarmistas, sino reales…”
 
Y también se aborda el problema de introducción de infecciones en el medio natural:
 
“…las repoblaciones pueden suponer una manera de introducir nuevos patógenos o parásitos en las poblaciones autóctonas. Estos patógenos pueden provenir simplemente de las condiciones de hacinamiento y del estrés adquirido en los voladeros o en las granjas, o de la administración habitual de antibióticos y antiparasitarios…”
 
 En España, además, disfrutamos de un Instituto de Investigación de Recursos Cinegéticos en Ciudad Real dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de la Universidad de Castilla La Mancha que, como su nombre indica, trabaja a nivel científico en estos asuntos. Extraigo a continuación un párrafo definitivo de las conclusiones de un artículo monográfico sobre la perdiz roja publicado en 2013 por investigadores de este centro que creo que no deja lugar a dudas desde un punto de vista científico (3).
 
“Las sueltas de perdices de granja están poniendo en riesgo la integridad genética de la especie, no mejoran las bolsas de caza cuando se sueltan perdices en bajo número, y parecen afectar negativamente a la productividad de las poblaciones silvestres. En definitiva, las perdices de granja han permitido mantener buena parte de la actividad cinegética, pero no están contribuyendo a una recuperación eficaz de las poblaciones silvestres, más bien al contrario. Por lo tanto, su uso debería prohibirse (como en Navarra) o al menos regularse de forma mucho más eficaz.”
 
Otra cosa es, y entramos ya en consideraciones más bien de tipo sociológico, que lo que se pretenda es que los cazadores puedan asegurarse matar unas cuantas perdices cuando salen a pegar tiros. En ese caso, claro, las bajas densidades que eventualmente hay de perdices en el campo complican las cosas y una suelta de 100 ejemplares mejora las expectativas durante unos días, especialmente dado que las perdices de granja son bastante más fáciles de cazar que las silvestres: “así se las ponían a Fernando VII”. En un interesante artículo de una revista especializada en caza, descubrimos los curiosísimos juicios de valor que hacen algunos (quiero pensar que sólo algunos) cazadores acerca de los no cazadores que, al parecer, estamos encantados con dichas “repoblaciones”. Extraigo algunos párrafos de dicho artículo particularmente significativos aunque recomiendo su lectura detenida pues es instructiva. (4):
 
“Las sueltas resultan idóneas para el “lavado verde” de los daños a la naturaleza; ¿qué juez, periodista o urbanita no va a encontrar multitud de virtudes en aquel que “repuebla” la dañada naturaleza?...”
 “…Enaltecen y transforman en buena la mala imagen del cazador. Lo convierten en el principal abanderado de la restauración de la naturaleza. Lo presentan a la sociedad como persona que invierte su dinero en mejorar la naturaleza, frente al ecologista radical que protagoniza incívicas protestas…”
“…Transforman la caza en una actividad comprensible y aceptable por la sociedad urbanita. Los cazadores sólo matan lo que sueltan. Actualmente, en la ciudad la palabra matar es malsonante. No se debe decir, produce aversión, imagen nefasta, asociación a persona detestable. Es contraria a lo bueno, es mala, anticívica y sirve para diferenciar aquello que se debe marginar, dejar de ser. Esta palabra sólo aparece en las grandes tragedias y crímenes contra la humanidad…”
 
Yo que pensaba que era sólo desde estamentos políticos desde donde se nos tomaba por tontos a los ciudadanos…
Asimismo llama la atención que los defensores de la caza aduzcan en su defensa la enorme actividad económica que esta actividad proporciona, pero sería sensato que fueran al menos los propios cazadores los que se gasten su propio dinero en soltar perdices para después poderlas matar a gusto. Que las administraciones públicas subvencionen esta actividad es lamentable.
Finalmente, me permito hacer un comentario más subjetivo y de orden moral. La caza es una actividad que, como los toros, está innegablemente arraigada en las tradiciones culturales de nuestra sociedad ya que ha sido nuestro medio natural de vida desde que nuestros ancestros abandonaron la dieta herbívora estricta de los primeros homínidos y empezaron a consumir también carne. Pero desde que se inventó la agricultura y la ganadería hace 10.000 años, la caza pasó a ser un medio complementario de subsistencia, y ha continuado siendo así hasta bien entrado el siglo XX. Sin embargo, ya de lleno en el siglo XXI, la caza ha pasado a ser (al menos en las sociedades “desarrolladas” como la nuestra) una actividad más bien relacionada con el ocio. Y llegados a este punto de evolución social y cultural, divertirnos con el sufrimiento innecesario (y esta es la clave) de animales empieza a ser anacrónico. Pero que encima lo subvencionemos con nuestros impuestos, es intolerable.
 
(1)    http://www.electoresalhaurin.com/2018/06/01/el-ayuntamiento-de-alhaurin-pp-compra-perdices-vivas-para-que-sean-cazadas-en-la-sierra/
(2)   https://www.juntadeandalucia.es/medioambiente/portal_web/servicios_generales/doc_tecnicos/2009/gestion_cinegetica_espacios_mediterraneos/Volumen_I.pdf
(3)   http://digital.csic.es/bitstream/10261/142845/1/rufamenaza.pdf
(4)   https://www.trofeocaza.com/caza-menor/reportajes-caza-menor/caza-menor-nacional/ventajas-e-inconvenientes-de-la-caza-con-perdiz-de-granja/
 
Eduardo Sáez Maldonado
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